Artículo publicado el 11.11.14 en El Cronista Comercial (www.cronista.com).
Por Maximiliano Montenegro (Periodista y economista)
Algunas voces del kichnerismo explican por estos días que la economía argentina se enfrenta, una vez más, a la famosa ‘restricción estructural’ de dólares. Desde esa perspectiva, el ‘modelo productivo de matriz diversificada’ habría encontrado un cuello de botella en su vigorosa expansión, basada en una industria sustitutiva de importaciones, en la escasez de dólares que históricamente frenó las etapas de crecimiento en Argentina. El relato K vuelve en el túnel del tiempo a la década del sesenta, cuando el economista cubano Carlos Díaz Alejandro explicaba los ciclos de ‘stop and go’ que condicionaban a la Argentina: la industria crecía gracias a los dólares que aportaba el campo, sustituía importaciones de productos finales y generaba empleo, pero en cierto momento los dólares del agro ya no alcanzaban para financiar la compra de maquinarias, equipos e insumos importados, y era inevitable una fuerte devaluación y/o recesión que ahorrara las divisas necesarias para iniciar una nueva fase de prosperidad.
En palabras de Díaz Alejandro (1966): “El principal freno al crecimiento ha sido la escasez de divisas (y la consecuente escasez de maquinaria y equipo) y tal escasez se ha debido en gran parte a la limitado oferta interna de bienes exportables”. En términos de Raúl Prebisch (1963): “La corrección del desequilibrio por la sustitución de importaciones no dura mucho tiempo, pues nuevos incrementos de la demanda de importaciones, no acompañados de un ascenso equivalente de las exportaciones, conducen otra vez al estrangulamiento exterior”. Sin embargo, esta vez la falta de divisas ocurre en un contexto en que el país enfrentó los términos de intercambio más favorables en el último siglo (materias primas caras y manufacturas baratas), con un boom en la producción agrícola gracias a la soja (que no se consume en el país) y en un momento en que las tasas de interés internacionales son excepcionalmente bajas debido al sobrante de dólares en todo el mundo. Díaz Alejandro y Prebisch jamás hubieran imaginado este mundo del revés y se sorprenderían que, con semejante usina de dólares disponible, la economía argentina volviera a exhibir la misma restricción que cincuenta años atrás. El relato K suele experimentar dificultades para encajar en la realidad. Lo curioso es cuando los funcionarios se esfuerzan por adaptar la realidad al relato.
Entre 2007 y 2011, debido al regreso de la inflación, la acumulación del atraso cambiario y la desconfianza en la política económica, la fuga de capitales ascendió a u$s 80.000 millones. Dólares que ingresaron por la ventanilla comercial del boom sojero y se fueron por la ventanilla financiera a cajas de seguridad, colchones y cuentas en el exterior. Hasta 2010, el sector automotor y la armaduría de electrónica de Tierra del Fuego generaban un déficit de dólares de u$s 11.700 millones, pero aún así el Banco Central todavía acumulaba reservas porque el sector energético y el turístico todavía arrojaban un superávit en conjunto superior a los u$s 5000 millones. En 2013, al déficit de los autos y la electrónica (u$s 14.700 millones) se sumó el déficit energético (u$s 6300 millones) y el turístico (argentinos que gastaron en el exterior u$s 8700 millones más que las divisas que dejaron los extranjeros en el país), estimulado por el cepo, la brecha cambiaria y el dólar oficial barato. El cepo al dólar como política de Estado significó además cerrar la puerta de todo ingreso de fondos frescos al país, e incluso clausuró la refinanciación de deudas que hasta entonces realizaban las empresas privadas. Para colmo, fascinada con el relato de ‘vivir con lo nuestro’, la presidente abusó de la política de cancelar deudas con reservas del Banco Central durante 4 años, una estrategia ideada en su origen como un instrumento transitorio hasta bajar el costo del riesgo argentino.
Los manuales de economía del futuro, seguramente incorporarán un capítulo especial sobre la Argentina contemporánea. Deberán desentrañar cómo se despilfarraron tantos dólares para que reaparezca la restricción del sector externo de 5 décadas atrás. Hoy las opciones que enfrenta Kicillof son claras. Si se aferrara al relato, profundizaría la recesión como única vía para ahorrar los dólares faltantes. Según datos del BCRA, en el tercer trimestre, las importaciones del sector automotriz cayeron 80% respecto de igual período del año pasado y representan la mitad del ajuste de las compras del exterior.
Una señal de que ese camino ya no es viable políticamente, es la desesperación del Gobierno por ‘pasar la gorra’ en sectores estratégicos, aún a costa de ofrecer polémicas concesiones a los que agitan el salvavidas de los dólares: petroleras, telefónicas, cerealeras, los proyectos llave en mano de los chinos.
Pero esas divisas, importantes para descomprimir el mercado cambiario, difícilmente alcancen para poner nuevamente en marcha a la economía. De ahí la presión que ejercen por estos días Scioli, gobernadores e intendentes del oficialismo para que en enero se cierre una negociación con los holdouts en el juzgado de Griesa. Primer paso necesario para emitir deuda en dólares a tasas razonables en el mercado de capitales y levantar la restricción externa. Hace un par de meses un economista de diálogo fluido con Scioli tuvo una conversación franca con Cristina y Kicillof . La presidente todavía estaba enojada por el bloqueo de Griesa y le preguntó a su interlocutor por qué no llegaban capitales al país si ella había implementado la agenda que tanto le reclamaba el mercado: acordar el pago con Repsol, cerrar trato con el Club de París y aceptar los juicios en el CIADI contra el Estado argentino. El economista apeló a una metáfora para atraer la atención de Cristina: “Esto no es como construir una ruta, que si no la concluís por lo menos utilizás los 80 km que pavimen taste. Esto es como hacer un puente: si no lo terminás, no podés usar nada”. Kicillof salió rápido a cruzarlo: “Nosotros sabemos nadar”, le dijo, sonriente.
Desde entonces la economía está mucho más fría. Y el economista confía en que la presidente ya no lo deje chapotear en el agua.