Desde que se aprobó el acuerdo con el Fondo Monetario, el 20 de junio pasado, las reservas del Banco Central cayeron U$S 10.600 millones. Cuando se elaboró el memorándum de entendimiento con el FMI el dólar cotizaba a $ 24.96; ése es el tipo de cambio de referencia incluido en el acuerdo. Y el riesgo país todavía estaba lejos de dispararse a los niveles que llegó la semana pasada.
El “Plan B”, el anuncio de un mega acuerdo con el FMI, que Dujovne y Caputo le ofrecieron a Macri como salida cuando se disparó la corrida en mayo, fracasó. La idea del acuerdo del préstamo stand by por U$S 50.000 millones era que esos fondos no se usaran, y que con el sólo anuncio de que semejante respaldo estaba disponible para el país, se reabriera el mercado de crédito privado para refinanciar casi todos los vencimientos de la deuda en dólares, bajara el riesgo país, se recuperaran las reservas del Banco Central y se estabilizara la cotización del dólar.
Para tener una idea cómo la realidad quemó todos los papales, por primera vez los técnicos del Fondo aceptaron incluir dos escenarios en un memorándum. El primero, el “escenario base” –redactado por Dujovne—se suponía que el dólar a diciembre estaría en 27,20 pesos (así se desprende de la proyección de tipo de cambio real e inflación incluida del acuedo); y la inflación sería del 27%. En el “escenario adverso” –que no podía ser tan adverso como los técnicos del FMI pretendían porque colisionaba con la voluntad política de Washington de respaldar el acuerdo—el dólar a diciembre era de 29,20 pesos y la inflación del 31,7%.
Desde el 3 de abril hasta el 19 de junio, las reservas del Banco Central habían caído ya U$S 13.425 millones, encendiendo todas las alarmas. Se incrementaron en U$S 15.000 millones cuando ingresó el primer desembolso del organismo, y como se dijo volvieron a caer cerca de 11.000 millones desde entonces acercándose peligrosamente al punto de partida previo al auxilio (ver cuadro).
Esa caída persistentes de las reservas, el uso de gran parte de los dólares del primer desembolso, junto con una suba del dólar de 52% desde que se firmó el acuerdo es la prueba evidente de que el plan original fracasó.
Ahora se discute lo que Melconián llamó el “Plan C”: hasta donde llegará la megadevaluación y el impacto de las medidas fiscales de emergencia –la principal, retenciones generalizadas a las exportaciones– para acelerar el cierre del déficit fiscal.
Pero el punto clave es la discusión entre el Gobierno y los técnicos del FMI sobre hasta dónde dejar correr el dólar. Aunque parezca insólito, Caputo y gran parte del Gabinete económico se suelen quejar de que el acuerdo con el Fondo Monetario dejó al Banco Central “sin instrumentos” para estabilizar el tipo de cambio. Atribuyen toda la culpa a que el ex titular del Banco Central, Federico Sturzenegger, aceptó incluir en el acuerdo la meta de un piso mínimo de “reservas netas” (las reservas totales menos el Swap con China, el repo con un grupo de bancos privados y la parte de los depósitos privados en dólares en el sistema financiero, que se contabilizan como reservas) y que la entidad monetaria debe respetar hasta junio de 2019. Ese piso de “reservas netas” era de 28.600 millones de dólares, y hoy ya se estaría incluso unos U$S 1500 millones por debajo de ese piso. Así que todas las últimas intervenciones en el mercado cambiario de Caputo –por ejemplo, la de los últimos dos días para evitar que el dólar se instale arriba de 42 pesos—fueron autorizadas puntalmente desde Washington. El Fondo Monetario –como está escrito en el acuerdo—monitorea “diariamente” las reservas.
“Sturzenegger nos ató de manos”, se quejan ahora en el Gobierno. Pero más allá de que el presidente pudiera ignorar detalles de la negociación técnica, es evidente que los negociadores argentinos aceptaron semejante condición porque jamás imaginaron que las cosas saldrían tan mal. Es decir, que la corrida al dólar en lugar de frenarse se aceleraría.
Para estos casos, la receta del Fondo Monetario es simple: el dólar debe subir hasta encontrar un nuevo punto de equilibrio en el que reaparezca la oferta privada de dólares, que desapareció en los últimos meses. Más devaluación para encarecer la fuga al dólar, y un dólar recontraalto que en algún momento vuelva atractivo para los que compraron en los últimos meses empezar a vender. En el staff report de los técnicos del Fondo sobre Argentina reconocían el peligro de que no se recuperara la confianza y dejaban en claro que no convalidarían que, como ocurrió en el pasado, el préstamo del Fondo ayudara a financiar la fuga de capitales a un dólar barato. "En el caso de que los mercados vean al programa con el Fondo como una oportunidad para salir de los activos argentinos habría inevitablemente una significativa devaluación real del peso y tasas de interés mucho más altas. Ese escenario incrementaría los riesgos de sustentabilidad de la deuda", advertía.
Para el FMI los dólares del acuerdo no son para aquietar el dólar sino para garantizar el pago de los vencimientos de la deuda y evitar un default.
Caputo coincide con el ex titular del Banco Central, Martín Redrado, en que para estabilizar el mercado cambiario es necesario que en algún momento el Banco Central pueda ofertar en algún valor una gran cantidad de dólares (¿U$S 5.000 millones?, como lo hizo a 25 pesos, un tipo de cambio que algunos consideraban demasiado bajo) para enviar la señal, junto con el nuevo paquete fiscal de que no convalidará más devaluación. El dólar en la franja de 38/40 pesos no está muy lejos del dólar real “super alto” de 44 pesos, a valores de hoy, con que asumió Kirchner en mayo de 2003. Es, además, 35% más alto que el dólar de febrero de 2016 ($ 28,10 a valores de hoy) tras la apertura del cepo, y 40% mayor –siempre en términos reales—que el “dólar Kicillof” (unos 27 pesos hoy), cuando devaluó en enero de 2014
Obviamente, esto no significa que el dólar podría quedarse fijo desde entonces, sino que a partir de estabilizarse debería correr a lo sumo al ritmo de la inflación mensual. Esta alternativa es la que hoy está vedada. Y por eso la cúpula del Banco Central negocia contrarreloj en Washington que le levanten las restricciones para intervenir.
El Gobierno necesita cuánto antes frenar la devaluación por dos motivos. Primero, si no se frena la devaluación, existe el peligro de que la corrida cambiaria se transforme en una corrida bancaria: si empiezan a correr al dólar los depositantes en pesos la devaluación podría espiralizarse. Pero además se abre el riesgo de que los depositantes en dólares corran a los bancos a buscar sus dólares. Si bien, a diferencia de la convertibilidad, hoy los depósitos en dólares están prestados a empresas exportadoras –que cobran en divisas–, una corrida masiva podría, como en cualquier otro sistema financiero, golpear a los bancos. Hasta el jueves pasado, los depósitos en dólares no habían caído. El viernes hubo una primera luz amarilla: el BCRA vendió U$S 250 millones, y las reservas bajaron más de 1.100 millones, por el retiro de depósitos en dólares del sistema.
En segundo motivo tiene que ver con el impacto social y la gobernabilidad. Con el dólar a 40 pesos, la inflación de este año tal vez ya tenga un piso del 40%. Dejar que el dólar siga a los saltos potenciaría el ajuste del salario real, la recesión, los niveles de pobreza y podría encender la mecha de un conflicto social imprevisible.
En las panillas de los burócratas de Washington el dólar es una variable que puede seguir flotando libremente. En la realidad argentina se impone la necesidad de controlarlo cuanto antes.