El Gobierno tomó la iniciativa de la campaña electoral, con un tono fuerte buscando extremar la polarización en las PASO del próximo 11 de agosto.
La clave de esa estrategia es “demoler” a Axel Kicillof en Buenos Aires, asociándolo al cepo, lo peor del pasado económico del kirchnerismo, al “marxismo” y a un eventual gobierno de la Cámpora a futuro (“Máximo Kirchner 2023”) si llegara a ganar en la provincia. Si María Eugenia Vidal lograra reelegir en Buenos Aires, el mayor territorio donde peor le va a Macri, mejor mide Cristina y no hay balotaje (se gana por un voto en octubre), en la Casa Rosada creen que el impulso les daría el triunfo nacional. Al revés si fuera derrotada.
El Gobierno considera que esa polarización rinde sus frutos. Más allá de los números que se publicaron, hay una evidente recuperación de la intención de voto del oficialismo. Y en particular en la provincia de Buenos Aires. La única duda es cuál la magnitud de la mejora y cuál es ahora la diferencia.
El laboratorio de Durán Barba y Marcos Peña pudo pisar el acelerador en esa estrategia virulenta contra los K (“En esta elección está en juego la democracia”, dijo el presidente), gracias a la estabilidad cambiaria de los últimos 2 meses que quebró la tendencia a la desconfianza generalizada que prevalecía adentro y afuera.
Ahora los mercados creen que Macri tiene altas chances de ganar y eso genera un “círculo virtuoso” de corto plazo para el oficialismo. Los “mercados” son los principales bancos de inversión extranjeros, que trasmiten a sus clientes un escenario electoral muy cerrado para las PASO, en el que Macri cuenta con más probabilidades de triunfar en un balotaje. En el cuadro resumen de encuestas –algunas pagadas por los “mercados”—que elaboró el JP Morgan, el mayor banco de inversión norteamericano, se refleja esa percepción: en promedio, Macri solo quedaría 3 puntos debajo de Fernández-Fernández en agosto (ver cuadro).
Esa convicción alienta el “circulo virtuoso de corto plazo”, ya conocido, para el Gobierno: entran dólares financieros (para aprovechar las altas tasas de interés con dólar quieto), ese ingreso ayuda a mantener el dólar planchado, lo cual contribuye a desacelerar la inflación, y el combo mejora las encuestas para Macri. Esos números, a su turno, disparan una nueva ronda de optimismo.
Entre mayo y la primera semana de julio, los depósitos a plazo fijo crecieron 83.400 millones de pesos. En el tramo minorista (menores a un millón de pesos) crecieron en dos meses 9,2% ($ 45.400 millones). Mientras que en el tramo mayorista crecieron 6 % ($ 38.000 millones). A principios de mayo la tasa de Leliqs (que paga el Central a los bancos) estaba en 74% y la semana pasada cerró debajo de 60%. Sin embargo, la baja en la tasa para los depositantes fue menor: pasó de 49 a 46,5% para los minoristas. Las altas tasas de interés, con dólar pinchado, no son sólo una tentación para los que capitales golondrina con el “carry trade” (ingresan dólares para colocarse en bonos en pesos) sino también para pequeños ahorristas.
Pero atención porque para los vencimientos de plazo fijo de esta semana, la renovación ya empieza a caer después de las PASO.
Si el 11 de agosto se confirmara el escenario de paridad –con una dinámica favorable al Gobierno– que “compró el círculo rojo”, es probable que la tendencia se potencie. La pregunta es qué sucedería si en las PASO, la diferencia para Fernández-Fernández fuera mayor a la esperada, digamos 8/10 puntos. O si, como fruto de la polarización extrema, los Fernández en agosto no estuvieran muy lejos –como muestra una encuesta proyectando indecisos, 42% a 5/6 puntos de Macri— del 45% necesario para ganar en primera vuelta en octubre. (Vale recordar que para ganar es necesario superar el 40% con 10 puntos de diferencia con el segundo, o superar el 45% con un voto de diferencia).
Si el dólar se sigue atrasando frente a la inflación, es evidente que en ese escenario el camino de agosto a octubre –tensión cambiaria mediante—sería mucho menos relajado de lo que imaginan hoy los “mercados”.
El último “staff report” de los economistas del FMI lo dice sin vueltas: “El mayor riesgo continua siendo un cambio prolongado en el porfolio (de los inversores) alejándose de los activos argentinos como resultado de un aumento en la incertidumbre sobre el futuro paisaje político. Esto podría manifestarse en un incremento de la dolarización, lo cual dispararía las presiones devaluatorias, el traspaso a la inflación, el aumento en la relación deuda/PBI y una pérdida de reservas (del Banco Central) mayor a la proyectada en el escenario base”.
El Gobierno apuesta a tres pilares, que sostengan su recuperación electoral.
El principal, el “dólar planchado”, empieza a generar inquietud entre los economistas e incluso en el equipo de Dujovne, que pese a sus declaraciones públicas reconoce que no se puede tropezar siempre con la misma piedra.
El dólar real de septiembre pasado a valores de hoy (el dólar de cualquier momento histórico traído a la actualidad aplicándole la inflación del período) sería un dólar de 54 pesos. El dólar de diciembre de 2017 (el de Sturzenegger, tras el atraso cambiario de la última elección legislativa) sería un dólar equivalente a 32 pesos hoy. Muy cercano al dólar de 29 pesos a valor actual que dejó Kicillof, como ministro de Economía, en diciembre de 2015. El dólar mayorista en 42 pesos, en términos reales –si la inflación se mantuviera arriba en 2% mensual— sería un dólar algo menor a 39 pesos en octubre.
Hay diferentes caminos para evitar el dólar cada vez más barato. Martín Redrado, por ejemplo, recomendó que el Banco Central envíe la señal de que podrá comprar dólares dentro de la banda cambiaria o directamente apure la baja de la tasa de interés. Carlos Melconián, en su último informe, dice que “llama la atención que el Tesoro no disminuya o directamente interrumpa la venta diaria de U$S 60 millones (del préstamo del FMI). Primero porque son dólares que podrían reservarse para las necesidades fiscales (de deuda) de 2020. Segundo, porque en este contexto de alta incertidumbre mantener el dólar calmo es política y económicamente bueno, pero calma no implica necesariamente que quede clavado nominalmente y muchos menos que baje”.
Dujovne le dijo al grupo de economistas que convocó en el Ministerio, y le plantearon la preocupación por el atraso cambiario, que el dólar de septiembre pasado era un dólar de “pico de crisis”, imposible de sostener sin perpetuar la dinámica inflacionaria. Y que el quiere un dólar intermedio entre el dólar barato de Sturzenegger y ese “super dólar”. Les ratificó, además, que las tasas de interés seguirá altas (si la inflación proyectada para los próximos 12 meses es 30% –según el REM del BCRA– la tasa de referencia de las Leliqs está casi 30 puntos arriba), como reaseguro del dólar controlado y la inflación desacelerándose en la campaña. Veremos.
Hoy el mega superávit comercial (con derrumbe de importaciones por la recesión –15% menores al promedio de los últimos 10 años y 30% menos que el pico de 2013– y los agrodólares en estos meses, la venta de los dólares del préstamo del FMI al Tesoro, más algún ingreso de dólares financieros “golondrina”, más que compensan el atesoramiento de dólares de los argentinos (unos U$S 1.500 millones promedio mes, con un salto en julio por el medio aguinaldo) y el déficit del turismo exterior (400/500 millones mensuales). Todo con una tasa de referencia cercana al 60% y la economía en recesión.
¿Qué sucedería si esa “demanda estructural” de dólares de los argentinos se potenciara con el dólar barato y la incertidumbre política diera la señal de partida a los capitales especulativos que así como ahora entran pueden irse en cualquier momento? ¿Se mantendrá la oferta actual de dólares en el segundo semestre si se atrasa mucho el dólar, y se recupera el consumo/importaciones?
El segundo elemento clave para el oficialismo en la campaña es que la desaceleración de la inflación, que viene a paso lento, se profundice en los próximos meses. El tercer factor es el estímulo al consumo (Ahora 12, Procrear, créditos Anses, subsidios a la compra de autos y motos, etc), desde el quinto subsuelo que lo hundió la crisis cambiaria del año pasado.
Para todo eso, para Dujovne, es prioridad garantizar la estabilidad cambiaria, más allá de cualquier discusión sobre qué hacer después de octubre o noviembre si se llegara a la elección con un dólar atrasado.
Para después de la elección, el mediano o largo plazo en Argentina, la magnitud de los desafíos que esperan al próximo Gobierno están en los pronósticos del propio FMI, que redujo de 2,2% a 1,1% su proyección de crecimiento para 2020 en Argentina y elevó en casi 10 puntos su previsión de inflación hasta 32%. En ese escenario base, el desempleo seguiría arriba del 10%.
Con la advertencia de que no habrá paraíso después del 10 de diciembre, aún si Macri es reelecto: “En el mediano plazo, la sustentabilidad de la deuda se mantiene altamente vulnerable a los shocks, particularmente a cualquier sorpresa de caída en la actividad. Detrás de este riesgo financiero, es posible que la inflación se mantenga en niveles elevados o la esperada recuperación de la actividad podría demorarse. Esto podría llevar a un empeoramiento de las condiciones sociales, un aumento de la pobreza y una erosión del apoyo público al programa del Gobierno”, dice el staff report.
Es lógico que Macri ya no prometa durante la campaña electoral ni “lluvia de inversiones”, ni terminar con la inflación, ni crecimiento y empleo, sino que se concentre en confrontar con los fantasmas del kirchnerismo.