Salvo una derrota aplastante del oficialismo, el escenario poselectoral promete cambios en el esquema económico. El margen actual es mínimo: sin reservas y con el dólar oficial pegado al techo de la banda. El Gobierno deberá redefinir el régimen cambiario para poder acumular divisas. Con la ayuda del Tesoro de EE.UU. todavía en pie, podrían eliminarse las bandas o mantenerse, pero con un rango más alto o una indexación mayor. Eso implicaría una desinflación más lenta, pero más sostenible. En el frente fiscal, para mantener el ancla fiscal será clave negociar en el Congreso y con Gobernadores. Eso abre la puerta a un objetivo menos exigente, per más realista y sostenible.
Hay 4 cuestiones que inevitablemente cambiarán: 1) la acumulación de reservas, 2) el ritmo de desinflación, 3) la meta fiscal y 4) la flexibilidad del régimen cambiario.
El primer frente será el de las reservas internacionales. La economía llega sin capacidad de generar dólares genuinos: el balance cambiario (exportaciones menos importaciones de bienes y servicios, incluyendo turismo) sigue en terreno negativo. El Banco Central cuenta con poder de fuego prestado: los giros del FMI por unos U$S 14.000 millones, de los cuales ya utilizó U$S 1.155 millones. El Tesoro nacional, a su vez, apenas dispone de U$S 100 millones (al 22 de octubre) y no queda ningún “conejo en la galera”.
El swap con Estados Unidos existe, pero es contingente: solo se activará si Argentina enfrenta un pago y no dispone de los fondos. Por lo tanto, no incrementa ni las reservas brutas ni las netas del BCRA.
Sin dólares, no hay más atajos posibles. La prioridad será volver a acumular reservas y reforzar los saldos en moneda extranjera del Tesoro nacional. La deuda con organismos internacionales y bonistas privados están “en cabeza” del Tesoro Nacional, por lo que un esquema claro de acumulación —con metas diarias o por período— podría ser el primer paso hacia una estrategia más previsible y creíble.
Demanda de cobertura extrema
La fuerte demanda de cobertura y la dolarización de ahorros marcaron el pulso de los últimos meses. En ese contexto, el BCRA vendió contratos de dólar futuro por unos 7.000 millones de dólares, y otros 7.000 millones en instrumentos dólar linked. A eso se suman las intervenciones en el mercado spot: desde el 15 de septiembre, el Central vendió 1.155 millones de dólares en el techo de la banda, el Tesoro nacional más de 2.100 millones, y el Tesoro de EE.UU. habría aportado otros 2.000 millones para sostener la estabilidad cambiaria. En total, una cobertura equivalente a más de 19.000 millones de dólares.
Con ese nivel de dolarización, un resultado electoral que no implique una derrota amplia encuentra al mercado ya muy dolarizado. Por ahora, los operadores observan desde la “tribuna”. Es un escenario de transición incierta, pero con margen para un reacomodamiento si el resultado electoral despeja el horizonte político y económico.
El segundo eje será el fiscal. Después del ajuste con “licuadora” y algo de “motosierra” aplicado por Milei en los primeros 22 meses de gestión, el desafío será negociar con el Congreso y los gobernadores una meta más sustentable a mediano plazo. El ancla fiscal deberá rediseñarse para garantizar gobernabilidad: es probable que las metas de equilibrio primario sean menos exigentes, priorizando la estabilidad política y social.
En el frente inflacionario, la idea de una baja rápida gracias a un ancla nominal fuerte choca con la realidad del “dólar atrasado” que implico márgenes comprimidos en sectores exportadores, importaciones que dejaban afuera de competencia a las empresas locales y desequilibrios externos muy difíciles de financiar. Lo que viene es una desinflación más lenta, apoyada en la coordinación y la previsibilidad. El desafío será claro: bajar la inflación sin atajos y minimizando el costo de actividad y en términos de reservas.
Por último, el régimen cambiario. Lo que probablemente surja es una mayor flexibilidad, con un esquema de flotación administrada o bandas cambiarias más altas y con una indexación más elevada. No será una liberalización total, pero sí un paso hacia un sistema menos discrecional y más transparente. La clave seguirá siendo la misma: que el dólar oficial permita acumular reservas y no vuelva a convertirse en un “ancla artificial” para forzar la desinflación.





