En el marco de la polarización total, las PASO del domingo se han convertido para el Gobierno en una elección de “vida o muerte”, que definirán en buena medida –como dice el propio Macri— el “camino a octubre” de la economía y, en consecuencia, la probabilidad de ser reelecto o de dejar el poder.
La prolongación de la recesión, la fragilidad de la estabilidad cambiaria y la implosión del “espacio del medio” terminaron por configurar la importancia del 11 de agosto. Si los encuestadores no fallan esta vez en el trazo grueso y la polarización extrema se confirma, las fórmulas de Macri-Pichetto y Fernández-Fernández podrían acaparar cerca del 80% de los votos.
Si fuera así, la metemática electoral indica que el 27 de octubre podría definirse la elección presidencial porque alguno de los candidatos superaría el 45%. (En agosto de 2015, Scioli y Cambiemos concentraron casi el 69% de los votos: 38,7% a 30,1%). Las PASO del domingo actuarían como primera vuelta.
En la Casa Rosada “esperan” un escenario en el que los Fernández estén como máximo 3 o 4 puntos arriba. Como ése es el escenario al que apuestan los “mercados” (los principales bancos de inversión), en el oficialismo creen que en ese caso hasta octubre se desplegaría una dinámica favorable: baja del riesgo país, estabilidad cambiaria, desaceleración de la inflación, mejora lenta del consumo y la actividad.
Por el contrario, admiten que si los Fernández quedaran 7 puntos o más arriba, ese resultado sería “difícil de dar vuelta en octubre”. Por dos motivos: uno, matemáticamente, en un escenario mucho más polarizado que en 2015, la probabilidad de triunfo de Alberto Fernández (superando el 45%) en octubre se multiplicarían. Dos, se dispararía un “circulo vicioso” en la economía: presiones sobre el dólar, venta de reservas del BCRA, suba todavía más de la tasa de interés, inflación firme, menor consumo, etc.
No hace falta un análisis sofisticado para darse cuenta que Macri se juega un pleno en esta elección, confiando en su laboratorio electoral. Si el resultado del domingo lo “sorprende”, seguramente deberá revisar toda su estrategia para llegar a octubre. En ese caso, por ejemplo, ¿sería sensato seguir diciendo que el principal candidato de la oposición es un “defaulteador serial” y que aplicará un cepo?
Según la consultora Macroview, tras las PASO, entre agosto y noviembre de 2015, en 4 meses, el Banco Central de Cristina, para evitar una devaluación, con cepo, vendió U$S U$S 8.000 millones con un dólar de 30 pesos a valores actuales (aplicada la inflación desde entonces y descontada la inflación de EEUU), más 15.000 millones en dólar futuro. Hoy el dólar está arriba de 46 pesos y hay menos pesos en circulación con qué comprar dólares. Es el argumento de Dujovne y Sandleris para garantizar estabilidad cambiaria hasta octubre.
Las “reservas netas” del Banco Central –descontado los depósitos privados en dólares del encaje bancario que se contabilizan como reservas, el swap de monedas con China, el préstamo del FMI para el fortalecimiento de las reservas y otros pasivos—suman unos U$S 16.500 millones. En teoría, el visto bueno del FMI para vender dólares de las reservas para calmar el mercado cambiario es sobre este monto.
Si se disparara por la “incertidumbre política” una mayor dolarización por atesoramiento, retracción de la oferta de los exportadores y corrimiento de una parte de los depósitos a dólares, ¿cuántas reservas estaría dispuesto a vender el Banco Central? ¿A qué tipo de cambio? ¿Cuánto podría subir todavía la tasa de interés en lo que resta de la campaña electoral? ¿Cuál sería la reacción del FMI después de 3 o 4 semanas de ventas de reservas?
Entre septiembre y octubre, además, vencen más de U$S 5.000 millones de Letes en dólares y otros 6500 millones en bonos en pesos. Todo lo que no se renueve de esa deuda de cortísimo plazo, con vencimientos ya en el próximo Gobierno, habría que pagarlo con reservas. Nadie en el Gobierno quiere imaginarse lo que sería vivir la experiencia de ese “camino hacia octubre”.
Ahora bien, si Macri lograra el domingo una buena elección, si la moneda siguiera en el aire, es evidente que tampoco el tránsito hasta la primera vuelta sería por una cómoda autopista.
La incertidumbre política es uno de los factores de la coyuntura económica, como también lo es la “volatilidad internacional”. El tercer factor es la fragilidad económica del “plan llegar”.
Salvo en el campo, la economía real de los centros urbanos seguirá fría en los próximos 3 meses. Tres datos imposibles de revertir en tan poco tiempo lo confirman: en el último año, según la Secretaría de Trabajo, se perdieron 168.700 empleos asalariados formales. El salario real se redujo 12% en 2018 y acumula una caída de otro 3% en los primeros 5 meses del año. El crédito al sector privado (personales, prendarios y tarjetas de crédito) lleva 15 meses de caída, con una contracción de 35% en términos reales.
El derrumbe del crédito al sector privado es la contracara de la Leliqs, que BCRA coloca a los bancos para que le entreguen los pesos de los depósitos, en lugar de prestarlos, y no den vuelta así en otras manos con el riesgo de que corran al dólar. Esa dinámica es insostenible más allá del corto plazo: la tasa de las leliqs de nuevo arriba del 63% (con una la inflación proyectada para los próximos 12 meses de 30/33%, una tasa real de alrededor de 30 puntos) y los bancos pagando a los pequeños depositantes arriba del 50%.
Si la tasa sigue en 60%, este año, el BCRA “pagará” $ 615.000 millones de interés de las Leliqs, emitiendo más Leliqs. O alguien logra recrear la confianza de los argentinos en el peso, o los ahorristas tarde o temprano se darán cuenta.
¿Cuál es el plan del próximo presidente (sea Macri o Alberto) para recuperar esa confianza y bajar fuerte la tasa de interés?
No será tarea sencilla para ninguno: son dos candidatos presidenciales a los que los argentinos con ahorros, dada la “historia reciente”, desconfían. De ser reelecto, Macri cargará en la mochila con el impacto que generó en los ahorristas en pesos la megadevaluación del último año. Mientras que Alberto Fernández, si bien ya estaba fuera del Gobierno, deberá lidiar con el recuerdo del cepo al dólar que aplicó Cristina.