Un intento incierto y desesperado por evitar un "horrible" plan B

un-intento-incierto-y-desesperado-por-evitar-un-horrible-plan-b-2018-05-09

Hace un mes, cuando todavía nadie imaginaba una corrida de semejante magnitud, un ministro del Gabinete de Macri me dijo: “No tenemos Plan B, porque es horrible. Si se corta el crédito: devaluación, ajuste brutal del gasto y recesión. Sería ridículo salir a anunciar que ese es nuestro plan B” 

El anuncio de que se buscará un acuerdo con el FMI para conseguir una línea de préstamos de U$S 30.000 millones es un intento incierto y desesperado por evitar ese “plan B”.

Dujovne dijo que el Fondo no era el mismo que en el pasado, y que permitiría continuar con el gradualismo fiscal trazado para el gobierno. ¿En serio el presidente cree que el “nuevo FMI” va a ser el financista del “gradualismo” hasta 2019?

Difícil que sea tan ingenuo. Más allá de la buena onda de la titular gerente del FMI, Christine Lagarde, con el equipo económico (hace dos semanas pasó a saludarlos en el embajada argentina en Washington), la visión del staff técnico del FMI sobre la sustentabilidad de los “déficit gemelos” (fiscal y externo) del país es negativa. Como publicamos en Infobae, Roberto Cardarelli, el economista italiano encargado del caso argentino, desconfía de las metas fiscales de Dujovne y descree de las proyecciones oficiales de deuda para los próximos años. Según las metas trazadas por la administración Macri, el déficit fiscal primario (antes del pago de intereses) disminuía lentamente (a razón de un punto por año), al 3,2% este año (ahora dicen que sería del 2,7%) y se llegaba al equilibrio fiscal en 2021. Mientras que la deuda (con privados y organismos internacionales) crecía del 28,5% del PBI en 2017 hasta un máximo de 37,3% en 2020, y partir de entonces empezaba a bajar en relación al tamaño de la economía. Pero lo más relevante es que, en las cuentas oficiales, el déficit total (incluidos intereses de la deuda) que este año sería del 5,2% del PBI se achica al 2% en 2021 y desde entonces cae todavía más porque el Gobierno prevé superávit primario. Los números del FMI son totalmente diferentes. “Para nosotros el déficit financiero total sigue creciendo hasta 2023. Es algo preocupante”, me dijo Cardarelli, jefe de las misiones a Argentina. El organismo lo puso en cifras en el “Fiscal Monitor” de abril: en sus proyecciones para Argentina, este año el déficit fiscal total sería de 5,5% del PBI y todavía se mantendría en 4,8% del PBI en 2023. Después de Brasil (excluyendo obviamente a Venezuela), sería el déficit más alto de la región por muchos años. Con una diferencia significativa: Brasil financia la mayor parte de su déficit con deuda en reales emitida en el mercado local. Según ese pronóstico, Argentina necesitaría crédito por U$S 30.000 millones al año por los próximos 6 años. Un escenario de ciencia ficción. Hace dos semanas, Caldarelli me dijo: “Tienen que convencer a los argentinos de ahorrar en pesos, porque nosotros vemos necesidades de financiamiento muy altas para los próximos años. Ahora el financiamiento está disponible, pero en el futuro no lo sabemos”. El futuro llegó más rápido de lo esperado.

En base a ese diagnóstico, en el Fondo consideran que ahora más que antes el gobierno debe acelerar el ajuste fiscal. Caldarelli se cuida, para no estallar conflictos políticos, a la hora de señalar por dónde pasaría la guadaña. Piensa que se avanzó bien con la poda de subsidios a la energía. Pero ante la pregunta de por dónde seguir el ajuste responde que “es claro por dónde si se mira las áreas del gasto público que más crecieron en los últimos 10 años”: apunta al empleo público; al gasto previsional (jubilados); y los planes sociales. Incluso dice que es una cuestión de “voluntad política que para nosotros sería importante mostrar” avanzar en áreas como “transferencias a provincias” y el gasto de las “Universidades”.

También tacharía con el lápiz rojo varios renglones de la obra pública. No le gusta el sistema de PPP: dice que en otros países, como China, India y Chile no funcionó. Hasta imagina una triquiñuela del Gobierno para esconder deuda: “Anotan la inversión bajo la línea, así no figura como más deuda. Tendrían que presentar un reporte con la deuda contingente que va a asumir el Estado en los contratos”, comenta.

Caldarelli no parece un socio muy entusiasta del gradualismo, como sugirió Dujovne. Si Macri lo suma a la mesa chica, junto a Marcos Peña y Durán Barba, tal vez logren convencerlo.

Con el línea de crédito flexible que el Gobierno buscará en el FMI la Casa Rosada envía dos señales a los mercados. Una es involuntaria, pero inevitable: confirma que Caputo se le acabaron los inversores a los que colocarles bonos argentinos en dólares. En los últimos dos años empapeló los mercados de capitales (ver gráfico), y ahora, en medio de la corrida, los inversores liquidan bonos argentinos, derrumbando su cotización y elevando la sobretasa que pagan por sobre los bonos del Tesoro norteamericano: el famoso “riesgo países” se disparó a casi 5 puntos adicionales, entre dos y tres veces más que otros países de la región.

 El otro mensaje que se envía con el anuncio es que, con esos fondos, están garantizados los vencimientos de deuda (capital e intereses) hasta fines de 2019. Es una señal para despejar el fantasma de un nuevo default por el resto de la gestión Macri. 

Todavía no está claro si el crédito del FMI se va a desembolsar o se mantendrá –como hicieron países como México, Colombia y Polonia en los últimos años—como una línea disponible para “mostrar y no tocar”.

Sin embargo, aún con esos fondos, queda pendiente otro problema: ¿quién pondrá los dólares que faltan en el mercado cambiario y antes traían Caputo y los especuladores financieros? ¿cuál será el nuevo tipo de cambio que restablezca la oferta de dólares de exportadores, inversores financieros e inversión directa en Argentina? La consultora Macroview, Melconián y Santángelo, suele hacer la cuenta de almacén del mercado cambiario: el año pasado, hubo una “demanda estructural” de dólares de casi 33.000 millones con una oferta coyuntural casi empatada (incluyendo, emisión de deuda en dólares, inversión extranjera directa y más de U$S 11.000 millones de inversiones de cartera: los que vinieron a timbear con el “carry trade”). En el primer cuatrimestre de este año, la demanda siguió muy firme (U$S 12.000 millones) y la oferta se redujo a un tercio (U$S 4.000 millones); por eso, el BCRA perdió U$S 8.000 millones.

De continuar la sangría, no sería sensato que el BCRA continuara vendiendo reservas o liquidara  dólares prestados por el FMI para mantener un valor del dólar en el que nadie cree, y al que no ingresan dólares frescos.

Tal vez en el Gobierno se resignen entonces a un nuevo equilibrio: dólar más alto, más inflación y parate en el nivel de actividad, para achicar el déficit de dólares. Sería también el fin del gradualismo cambiario. Ratificaría la “maldición de los años pares” (devaluación y recesión). Pero dejaría al menos la chance de una recuperación para el 2019.