Todo parece indicar que este año se repetirá la "maldición de los años pares". Según esa "maldición", en los años pares, sin elecciones, la economía entra en recesión y en los años impares, con elecciones, la economía se recupera. Esa es la norma que rige en Argentina desde 2012: en ese año, 2014 y 2016 el PBI cayó. En cambio, en 2013, 2015 y 2017, casualmente, la economía creció.
En realidad, esa maldición se verifica desde que la inflación se comió el "colchón de competitividad" de los primeros años del kirchnerismo y los dólares de la soja ya no alcanzan para garantizar el normal funcionamiento de la economía local. Por eso, sobre todo desde 2013, la dinámica es siempre la misma: en los años electorales, el Gobierno de turno atrasa el dólar frente al resto de los precios, utiliza el tipo de cambio como ancla de la inflación, lo cual dinamiza el consumo interno, en especial de bienes durables con alto componente importado (autos, motos, electrónica, electrodomésticos). Mientras que en los años sin elección hay que devaluar para recuperar competitividad, y como la inflación se dispara por delante de los salarios, la caida del poder adquisitivo y del consumo sumergen a la economía en una recesión.
Con cepo cambiario, en 2013 y 2015, el gobierno de Cristina financió el atraso cambiario para producir un mini boom de consumo con la pérdida de reservas del Banco Central. La devaluación de Kicillof de 2014 le permitió estirar los últimos dólares disponibles en el Banco Central para llegar al final de 2015.
En 2016, la liberación del cepo y la devaluación, llevaron la inflación a casi el 40% y la economía cayó, según el Indec, un 2%. Un escenario muy similar al de 2014. Aunque Macri implementó un ajuste de tarifas de servicios públicos mucho mayor al que también aplicó el kirchnerismo en el 2014.
En 2017, el financiamiento externo, vía endeudamiento, garantizó el atraso cambiario en el año electoral, y nuevamente el boom de ventas de bienes de consumo durable, más la recuperación del crédito, del sector inmobiliario y de la obra pública, delinearon un escenario de expansión muy similar al de 2013 y 2015. Por ejemplo, en 2013, con dólar barato, la venta de autos alcanzó el récord del millón de unidades, y el año pasado se volviló a estar muy cerca de ese número.
Este año, al cortarse el financiento externo, al Gobierno no le quedó otra que dejar subir el dólar. Y la devaluación activó los mecanismos ya conocidos: aceleración de la inflación, atraso de los salarios, caida del consumo. A lo que se suma el fuerte impacto de la sequía, que originó un derrumbe de la producción agropecuaria en el segundo trimestre.
Como la economía en el primer trimestre de ese año creció 3,6%, el Gobierno todavía confía en que tras la
caida del nivel de actividad del segundo (alrededor de -3,5%) y tercer trimestre, empiece una lenta recuperación que deje el año todavía con signo positivo: el pronóstico oficial hoy es de 0,4%. Pero lo cierto es que la mayoría de las consultoras privadas ya prevén una caída de hasta 1% para 2018, con lo cual se confirmaría el escenario recesivo típico de los años pares: devaluación, alta inflación y recesión. De hecho, tras las bajas de abril y mayo, en los primeros 5 meses del año el EMAE (Estimador de Actividad Económica) que mide el Indec todavía daba 0,6% positivo, pero ahora vienen varios meses de recesión que podrían hundirlo debajo de cero.
La pregunta clave es si la recuperación llegará a tiempo, como espera el Gobierno, para mejorar las perspectivas de Macri en el año electoral. Según la consultora Ecolatina, por caso, la recuperación se notaría recién a partir del segundo trimestre del 2019 de la mano de una mejora sustancial en la cosecha gruesa –comparando con la
la fuerte caida del segundo trimestre de este año. Y podría mantenerse durante el resto del año electoral. Es decir que llegaría sobre la hora, para mejorar la chanches del oficialismo, confirmando la regla de los año pares.
Claro, siempre que el Gobierno logre finalmente establizar el dólar en lo que resta de este año y recrear cierta confianza, interna y externa, que restituya el ingreso de dólares frescos al país y evite otra devaluación en el año electoral. Algo que para cualquier Gobierno sería fatal. Sin embargo, la paradoja está ala vista.
Si en los proximos meses la recesión se profundiza, de la mano del ajuste fiscal –principalmente en la obra pública– y el gobierno se debilta todavía más en las encuestas, recuperar la confianza y el financimiento externo tal vez sea aún más difícil. En especial, si para los inversores empieza a aparecer en el horizonte cercano la posiblidad de un triunfo electoral de Cristina Kirchner. La sola posibilidad de un regreso del kirchnerismo tal vez sea un mecanismo más potente para ahuyentar capitales que algún eventual desvío en el cumplimiento de las metas trimestrales de déficit fiscal acordadas con el FMI.
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