El "plan A" del Gobierno de Macri era "generar confianza" para financiar un enorme déficit fiscal, con la emisión de deuda en el mercado de capitales (más de 70.000 millones en 2 años) y, se decía, el "dólar barato" –17 pesos el año pasado– era una consecuencia inevitable. Cuando el financiamiento externo se corto, los capitales de corto plazo empezaron a retirarse, el dólar empezó a subir y el Banco Central de Sturzenegger se mostró impotente para frenarlo, en la desesperación por parar la corrida, Macri aceptó el "plan B": como el Gobierno ya no generaba confianza, con el dólar ya a 28 pesos, se buscó alquilarla al FMI junto con un megapaquete de financiamiento que alejara el fantasma del default. Fracasó. La corrida continuó, las reservas del Banco Central siguieron cayendo –14.000 millones desde el primer acuerdo con el FMI– y el dólar voló hasta los 40 pesos. Con esa megadevaluación, llegó el "plan C": la idea de que con el dólar tan caro, más "déficit fiscal cero" –con la ayuda concreta de retenciones generalizadas– y una ampliación del acuerdo con el FMI sería suficiente para recobrar la confianza de los mercados — los que antes traian los dólares y ahora se los llevan–, además de aminorar el proceso de dólarización de los argentinos. Tampoco funcionó.
La política de emisión cero que hoy empezó a instrumentar el Banco Central, dentro del esquema de bandas cambiarias, sería algo así como el "plan D". Como falló todo lo demás –ya no generan confianza ni el Gobierno ni el FMI– se aplicará el llamado "apretón monetario" con el objetivo de, en palabras de los funcionarios, "secar de pesos" la economía para que no puedan correr más al dólar. El nuevo titular del Banco Central, Guido Sandleris, lo dijo con todas las letras: "Va a haber menos pesos para ir al dólar y así veremos caer la tasa de inflación".
El mecanismo es el siguiente: el Banco Central aplica una política monetaria muy restrictiva, quitándole liquidez –pesos disponibles– a los bancos para prestar, lo cual eleva todavía más la tasa de interés. Las tasas de interés muy elevadas tienen un doble efecto. Por un lado, encarecen todavía más el crédito, lo cual quita posibilidad de financiarse a empresas y familias. Por ejemplo, en el caso de las familias, para comprar un auto, un electrodoméstico o pagar la tarjeta de crédito. Los que tengan dólar en el colchón, se suponen, que en el algún momento les convendrá venderlos antes que tomar pagar esas tasa de interés. Los que no los tengan, directamente deberán restringir sus consumos, y hacer malabares para poder cancelar las deudas. En el caso de las empresas es similar: hasta los últimos días, había empresas medianas y grandes que prefería tomar préstamos para financiar capital de trabajo al 75% anual, con tasas todavía más elevadas, en teoría si tienen dólares guardados deberían empezar a venderlos. Además, los bancos deberían empezar a pagar tasas más altas a los depositantes en pesos, que competirían mejor con la opción de correr al dólar.
El otro mecanismo que actúa en el "plan secar de pesos" la economía es la recesión, que se presenta ahora como la principal arma para frenar la inflación. Tasas arriba del 70% –como se fijaron a partir de hoy con las licitaciones de LELIQs (las nuevas Letras que el Banco Central coloca a los bancos a cambio de pesos)– aceleran la marcha de la economía a la recesión. La caida del consumo –ya motorizada por la pérdida del poder adquisitivo salarial frente a la inflación- se profundizará por la falta de crédito.
Las familias que antes tenían algún ahorro en el mes para comprar dólares –algún excedente de pesos, en la jerga– ya no lo tendrán más. Y si todavía lo tienen serán muchos menos pesos disponibles –después de pagar sus gastos indexados por inflación– con los que comprarán menos dólares caros. Los que no tenían ningún ahorro –el 90% de los argentinos– deberán subsistir con sus ingresos corrientes, cuyo poder de compra seguirá cayendo en el corto plazo debido a la inercia inflacionaria –combustibles, servicios públicos, alimentos– de las últimas semanas.
Mientras que las empresas que descuentan cheques a tasas exorbitantes para seguir subsistiendo se verán ante el dilema de liquidar stocks, rebajando sus precios –o al menos no aumentándolos como hasta ahora– o quebrar. Algunas lo podrán hacer, otras quebrarán.
En el laboratorio, en la hoja de cálculo, el plan cerraría si después de varios meses de recesión –caida del empleo y del salario real– la economía se estabiliza en un nuevo equilibrio de dólar real más alto, que cierra el déficit del sector externo –más exportaciones que importaciones, golpeadas por el dólar caro y la recesión; y para simplificar más turistas extranjeros llegando a la Argentina que argentinos comprando en el exterior. El dólar alto, a su vez, impulsaría la competitividad de las economías regionales, y de la producción nacional en general, junto con la nueva cosecha gruesa a partir de marzo/abril –que aportaría 7.000 millones más que este año–, etc, etc.
La duda que genera ahora el plan D de Macri entre los propios funcionarios del FMI, economistas y bancos de inversión es si resulta social y políticamente tolerable.
El jueves pasado, apenas asumido, Sandleris –junto a su vice, Gustavo Cañonero y la flamente vice segunda del BCRA, Verónica Rapoport– recibió en su despacho a un grupo de cotizados economistas de la city (ver foto): Miguel Angel Broda, Miguel Bein, Miguel Kiguel, Daniel Marx y Orlando Ferreres.
Allí se analizó que lo ideal sería que a los pocos meses el plan generara un shock de confianza que volviera a reestablecer un ingreso de dólares financieros al país, que el Banco Central comprara esos dólares en el piso de la banda cambiaria (de 34 a 44 pesos para este mes) emitiendo pesos, lo cual bajaría gradualmente la tasa de interés, y daría oxígeno a la economía para no caer en una mega recesión.
Pero, al margen de los deseos, en esa reunión los invitados coincidieron en que no hay experiencias recientes en la Argentina de un ajuste tan duro. Un economista recordó la época de Alsogaray –durante la presidencia de Frondizi– cuando acordó un programa de ajuste monetario con el FMI y dijo la famosa frase de "hay que pasar el invierno".
"Habrá que ver si sirve para estabilizar, pero no hay registro de que se pueda mantener algo así durante mucho tiempo si no se recupera algo de confianza y se profundiza la recesión", comentó otro de los presentes. Las sociedades en general no se comportan con la previsibilidad del laboratorio y las planillas de excel.