Artículo publicado en La Nación el 14.03.15
Por Francisco Olivera
Sobrepasada la demanda, el macrismo acaba de ponerle una restricción a la convocatoria con que, el martes, pretende recaudar fondos para su campaña electoral: dice que sólo se puede pagar una mesa por empresa, no varias, como pretenden muchos aspirantes a esa comida en la Rural. Cuesta 500.000 pesos cada una y casi no quedan vacantes.
Ese reclutamiento que organiza desde hace varios días Edgardo Cenzón, ministro de Ambiente y Espacio Público de la ciudad de Buenos Aires, será el primer gran test para dilucidar hasta qué punto los hombres de negocios están dispuestos a mostrarse en público respaldando a un candidato que hasta hace un año miraban con escepticismo, menos interesados en él que en la gobernabilidad que les atribuían a los de raíz peronista como Scioli o Massa.
Por lo general, en estas ocasiones el empresario argentino opta por pagar la mesa e invitar caras menos expuestas. Antonio Mata, CEO de Aerolíneas Argentinas durante la gestión del grupo Marsans, nunca logró revertir ante el kirchnerismo el gesto de haberle prestado a Carlos Menem un avión durante la campaña de 2003. El español intentó convivir con el nuevo gobierno un tiempo, pero se convirtió finalmente en la moneda de cambio años después, durante una negociación entre la Casa Rosada y los españoles, y fue desplazado. Aun sin adelantarse en nombres de posibles asistentes, el éxito cuantitativo de la convocatoria a la Rural alcanza para evaluar la magnitud del viraje empresarial en las preferencias, luego del repunte de Pro en las encuestas y del cimbronazo que provocó en el peronismo la muerte de Nisman. Mauricio Macri viene recabando adeptos incluso en la Unión Industrial Argentina (UIA), una entidad con la que tiene bastante menos coincidencias que las que podría ofrecer su padre. Cuestión de rubros: mientras los dirigentes fabriles lo han visto siempre más entusiasmado con el mundo de las constructoras que con el de las plantas fabriles, Macri ubica a la UIA entre los grupos de lobby que, salvo en momentos contados como el actual, terminan representando siempre intereses personales o de los gobiernos antes que a los propios sectores.
El cambio de tendencia le da además un carácter ad hóminem a las nuevas adhesiones. “¿Por qué deberíamos optar por vos en la ciudad y no por Gabriela Michetti?, le preguntaron el 19 del mes pasado, durante un almuerzo en el hotel Four Seasons , dirigentes de la Cámara Española de Comercio de la República Argentina a Horacio Rodríguez Larreta. “Porque Mauricio me prefiere a mí”, contestó.
Es entendible entonces que, escépticos del Mercosur y despechados del kirchnerismo luego del acuerdo con China, empresarios como Eduardo Eurnekian estén empezando a hablar en público de cuestiones coincidentes con la cosmovisión macrista, como la necesidad de un vínculo con la Alianza del Pacífico, bloque que conforman México, Colombia, Perú y Chile. Débora Giorgi parece haber tomado nota de estas nuevas afinidades. Hace una semana, durante un encuentro con empresarios pymes que han crecido al calor del Gobierno, la ministra de Industria advirtió sobre los riesgos que ese sector tendría si se impusiera el proyecto de Pro, al que bautizó como “modelo de la Alianza del Pacífico”.
Desde la óptica política, el crecimiento de la figura de Macri abre para el kirchnerismo un escenario menos sombrío que el que se le presentaría ante Massa: no sólo está frente al candidato más cómodo para confrontar desde el punto de vista ideológico, sino que un eventual triunfo del líder porteño al menos dejaría atrás el fantasma de que un vencedor peronista desplazara para siempre de escena a Cristina Kirchner. Ya lo dijeron Diana Conti y Casey Wander: el proyecto es por 50 años. Y lo vienen dando a entender desde hace tiempo en el Ministerio de Economía ante empresarios: la Presidenta podrá no ser reelecta, pero los militantes incorporados en los últimos años en forma masiva a la planta permanente del Estado no se irán nunca.
Estas razones abonan el optimismo doctrinal de Axel Kicillof. En la intimidad, el ministro dice que la economía y la sociedad han quedado configuradas de un modo difícil de desandar. En lo bueno y en lo malo. Y que, por ejemplo, hay conquistas sociales que no tienen marcha atrás, aunque la Argentina tenga que resignarse a una inflación alta por muchos años. “Al que quiera cambiar el modelo le va a ir mal”, refuerza. Nunca menos. Es el paisaje que deberá atender Macri si pretende llegar a la Casa Rosada y, como se propone, reducir los subsidios paulatinamente para dejar dentro de dos años el déficit fiscal (incluidas las provincias) en 3% del PBI. ¿Qué clase de oposición optaría en ese caso por ejercer el kirchnerismo en un país que, casi en todos sus aspectos, muestra menos frenos inhibitorios que hace una década?
Es probable además que, para Macri, los escollos no sean sólo externos. El jefe de gobierno porteño espera que los resultados de la Convención Nacional de la UCR, que se celebra hoy en Gualeguaychú, le den el triunfo a Ernesto Sanz, con quien pretende competir en las internas y formar una alianza. Si eso ocurre, ¿cuánto tiempo podría pasar hasta que afloren diferencias internas con dirigentes radicales que, por ejemplo, han votado todas las estatizaciones de los últimos años?
La posibilidad de un entendimiento con la UCR desencadena discusiones dentro de Pro. Ya le ofrecieron tres ministerios al radicalismo, pero los más propensos al diálogo lograron exasperar a sus pares con una propuesta aparentemente desechada: ceder también la jefatura de Gabinete.
Es el equilibrio que deberá transitar Macri desde la campaña. Hace tiempo que sus asesores de la Fundación Pensar le aconsejan que deje de hablar de inflación y redireccione su discurso a la solución de problemas sociales. Es decir, prestarles mayor atención a los efectos que a las causas: casi un kirchnerista. Días atrás, una de sus conferencias de prensa conjuntas con Carlos Reutemann exhibió bien esta encrucijada: mientras el santafecino hablaba de la necesidad de aplicarle correcciones a la economía -el ajuste tan temido-, Macri miraba a su jefe de prensa como pidiendo socorro.
Son tabúes que forman parte del legado kirchnerista. Tan difíciles de abordar como el de hablar de las pérdidas de Aerolíneas o el que lleva a un empresario a pagar 500.000 pesos por una mesa y esconder la mano.